Del “I have a dream” al “We have a nightmare”
Un viaje al averno político y social de la mano de los populismos
¿Cómo llega una sociedad opulenta, creativa, orgullosa de su libertad, a abrazar su reverso más oscuro?
¿Qué grieta permite que el sueño de millones —el sueño de igualdad, de progreso, de justicia— se transforme en una pesadilla colectiva?
Estados Unidos fue, durante décadas, el espejo donde el mundo quiso mirarse. El lugar donde todo parecía posible. La democracia llevada a su máxima potencia. Pero algo se ha roto. Y lo que emerge ahora no es promesa, sino advertencia.
Del “I have a dream” al “We have a nightmare” no hay un abismo, hay un lento descenso. Un proceso. Un goteo constante de miedo, resentimiento y simplificación. Un relato emocional que reemplaza los argumentos por consignas, los hechos por gritos, la convivencia por trincheras.
Basta con que unos pocos entiendan cómo manipular emociones para que millones pierdan el rumbo. Lo supimos con los demagogos del pasado. Lo vemos hoy con los nuevos Mulos —como aquel mutante solitario de Asimov capaz de doblegar imperios sin disparar un solo tiro, sólo alterando los sentimientos.
¿Y si no fueran locos ni bufones, sino expertos en nosotros?
La democracia no está siendo derrotada desde fuera. Se está erosionando desde dentro. Desacreditada por quienes deberían protegerla. Aplaudida en su agonía por quienes se sienten traicionados por ella. Convertida en un decorado donde todo puede parecer legítimo si sirve para ganar.
Pero esta historia no termina en Norteamérica. Porque lo que allí ocurre es también un espejo para nosotros.
¿Y Europa?
Europa —esa vieja dama cansada, culta, contradictoria— aún conserva algo que no puede permitirse olvidar: la memoria.
Sabe lo que ocurre cuando se tolera lo intolerable.
Sabe lo que cuesta reconstruir la dignidad perdida.
Por eso, si el sueño americano deviene pesadilla, el deber de soñar con los ojos abiertos recae sobre Europa. No por nostalgia, sino por responsabilidad.
Mantener encendida la llama de la libertad, de la razón, de la democracia, aunque tiemble.
Custodiarla en la oscuridad.
Porque quizá no somos el centro del mundo, pero podemos ser su conciencia.