Por qué no merece la pena discutir o la Teoría de la Realidad Integrada


Desde el surgimiento de la ciencia moderna, la matemática ha sido considerada no solo su lenguaje formal, sino también la piedra angular de su validez. Esta relación se ha mostrado extraordinariamente fecunda: desde la mecánica de Newton hasta la relatividad de Einstein, las ecuaciones matemáticas han permitido modelar y predecir fenómenos con una precisión asombrosa. Sin embargo, esta dependencia exclusiva plantea también límites fundamentales que merecen un análisis crítico.

La matemática, por su propia naturaleza, abstrae y simplifica. Esto es útil para construir modelos predictivos, pero también implica una pérdida inevitable de lo particular, de lo subjetivo, de lo vivencial. Cuando el universo es traducido a un conjunto de símbolos, funciones y operadores, lo que no encaja en ese marco — como la conciencia, la cualidad subjetiva de la experiencia, o las emociones— tiende a ser ignorado o considerado irrelevante. Esto lleva a una visión sesgada de la realidad, centrada en lo cuantificable, que puede ser altamente eficaz pero incompleta.

Por otro lado, la matemática ignora los condicionantes del sujeto cognoscente. No incorpora el estado mental del observador, ni las condiciones históricas, biológicas o culturales que moldean su percepción. Es aquí donde la Teoría de la Realidad Integrada (TRI) propone un cambio de paradigma: en lugar de concebir la realidad únicamente como un sistema objetivo, independiente del observador, plantea que lo percibido es una construcción modulada por el entorno accesible, el estado mental y las interfaces cognitivas disponibles.

Este libro supone un reto a todo lo que hasta ahora hemos pensado sobre la realidad.