El coste oculto del Estado: cómo el mal diseño de procesos públicos nos hace perder hasta un 10% del PIB



Después de una vida dedicada a la mejora de procesos en el sector privado, observo con perplejidad cómo el sector público —en demasiados casos— sigue funcionando sobre estructuras y procedimientos que ignoran sistemáticamente los principios más básicos de eficiencia y orientación al ciudadano. Lo más grave no es la lentitud ni la burocracia. Lo más grave es el coste de oportunidad que todo esto genera. Un coste que no se ve… pero que se paga. Y muy caro.


Mi hipótesis —y la sostengo con la experiencia de quien ha analizado muchos procesos— es que España pierde anualmente entre un 7% y un 10% del PIB por culpa del mal diseño de procesos y estructuras administrativas.


Aunque pueda parecer exagerado, analicemos los componentes de esta cifra.


¿Qué compone ese 10%?


1. Duplicidades y solapamientos entre administraciones que no se comunican ni comparten datos.

2. Demoras y cuellos de botella crónicos en trámites que podrían resolverse en horas y tardan semanas o meses.

3. Falta de medición del desempeño, lo que impide mejorar y perpetúa la inercia.

4. Absentismo laboral y desmotivación estructural dentro de un modelo de empleo público que no premia ni penaliza nada relevante.

5. Redes clientelares disfrazadas de “expertos” o asesores, cuya función real es garantizar cuotas de poder, no aportar valor.

6. Incapacidad crónica para rediseñar procesos desde la experiencia del usuario (ciudadano o empresa). Se diseña en función del organigrama, no de las necesidades.

7. Frenos indirectos al sector privado, por la carga administrativa y la incertidumbre regulatoria que genera un Estado que más que regular, interfiere.


El efecto más perverso: el lastre sobre la economía real


El Estado no solo consume recursos. También modela el entorno en el que se mueve el sector productivo. Cuando la administración es ineficiente:


* Las empresas pierden tiempo, dinero y motivación.

* Los emprendedores se desaniman.

* El talento se va o se desperdicia.

* Y la innovación se frena.


El resultado es un sistema que no solo malgasta internamente, sino que limita la capacidad de crecer y competir del país entero.


Lo que aprendí en mi vida profesional


Como Black Belt en Seis Sigma, he visto cómo procesos diseñados con enfoque, datos y compromiso mejoraban entre un 20% y un 30% en pocos meses. Y cómo, incluso sin rediseñar nada, los procesos mejoraban un 10–15% solo por el hecho de analizarlos seriamente y asignarles foco. Hay literatura científica de sobra que corrobora esta afirmación.


¿Se imagina alguien lo que pasaría si aplicáramos esa lógica al sector público?


Conclusión: no es ideología, es ingeniería


No se trata de estar “a favor” o “en contra” del Estado. Se trata de hacerlo bien. Y para eso hay que dejar atrás la autocomplacencia, las inercias burocráticas, y el reparto clientelar del aparato público.


Un país no puede permitirse que su sector público funcione sin diagnóstico, sin rediseño y sin responsabilidad real sobre el uso de los recursos.


El coste es inmenso. En términos de PIB, de confianza, y de futuro.