¿Y si dejamos de ser humanos?
Como diría José Antonio Marina: “La dignidad humana debe protegerse más allá de cualquier consideración. Es un valor absoluto.”
Suscribo sin reservas esta afirmación. Hoy más que nunca, en un mundo convulso donde la violencia y la manipulación parecen haber recuperado carta de naturaleza, resulta imperativo defender un principio fundamental: toda vida humana merece protección por el solo hecho de ser humana.
Sin embargo, no puedo apartar de mi mente una inquietud:
La frontera difusa de lo humano
La biología nos ofrece una definición imprecisa pero operativa: pertenecemos a la especie Homo sapiens, compartimos un genoma determinado y ciertas capacidades cognitivas, emocionales y simbólicas. Somos una especie cultural, cierto, pero anclada en una base biológica común.
¿Qué sucederá cuando esa base deje de ser común?
Las tecnologías emergentes —edición genética, inteligencia artificial integrada, neuroaumentación, modificación epigenética— están desdibujando esa frontera con una precisión escalofriante. No hablo de ciencia ficción: hablo de un futuro que se gesta en laboratorios reales, que por ahora muestra avances fragmentarios pero que pronto podría cristalizar en sistemas integrados.
La distancia entre seres humanos y seres "posthumanos" podría no ser menor que la que hoy separa a un humano de un chimpancé.
La parábola del chimpancé
Los primatólogos conocen bien esta realidad: compartimos más del 98% del ADN con los chimpancés. Sin embargo, esa diferencia aparentemente mínima ha producido un abismo insalvable en términos de lenguaje, cultura y pensamiento simbólico.
Pero ¿y si la dirección de esa evolución se invirtiera?
Imaginemos que un grupo de humanos se transforma: reescriben su código genético, potencian exponencialmente sus capacidades cognitivas, optimizan su salud, extienden su longevidad, refinan su percepción del mundo.
El presagio de Asimov
En sus novelas robóticas, Isaac Asimov anticipó esta escisión con una lucidez premonitoria. Los "espaciales" —humanos modificados que colonizan otros mundos— son físicamente superiores, longevos, asistidos por inteligencia artificial y ejércitos de robots. Contemplan con desdén a los humanos "normales", los terrícolas, a quienes consideran sucios, frágiles, primitivos. Aunque genéticamente emparentados, la cultura, la tecnología y la perspectiva vital los han convertido en especies distintas.
Esa posibilidad ya no habita únicamente en la literatura.
Caminamos hacia un futuro en el que la humanidad se bifurque no solo en clases sociales, sino en castas biológicas. No por accidente, sino por diseño deliberado.
El fin de la igualdad
Hoy defendemos la igualdad humana porque compartimos vulnerabilidades comunes: nacemos, enfermamos, sufrimos, morimos. Pero si algunos dejan de enfermar, o pueden transferir su conciencia a otros soportes, o multiplicar su inteligencia mediante interfaces neuronales, ya no existirá igualdad de condiciones ni de experiencia.
Cuando eso suceda, ¿qué quedará de nuestro pacto moral?
¿Podrán los posthumanos sentir verdadera empatía hacia quienes no comparten sus capacidades? ¿Tendrán incentivos para mantener principios de equidad, o se impondrá una ética darwinista de supremacía funcional? ¿Qué instituciones protegerán a quienes no puedan —o no quieran— modificarse?
Un especismo inédito
Podría emerger una forma nueva de discriminación: el especismo intraespecífico. Una jerarquía fundada no en el color de la piel, el género o la clase social, sino en la configuración genética y neurotecnológica.
Los posthumanos —si llegan a existir— podrían no sentirse vinculados al pacto fundacional del humanismo ilustrado. Y tal vez, como los espaciales de Asimov, ni siquiera experimenten culpa por ello.
El imperativo ético
Quizás debamos comenzar a gestar una ética posthumanista. No una ética de la especie, sino una ética de la conciencia, de la vulnerabilidad, de la dignidad entendida no como un hecho biológico sino como un acto de reconocimiento mutuo.
Algunas preguntas que deberíamos plantearnos sin demora:
¿Queremos un futuro donde mejorar al ser humano sea un derecho universal o un privilegio de élites? ¿Aceptaremos una civilización escindida entre los mejorados y los descartados? ¿Qué principios éticos y políticos deben orientarnos en esta transformación?
Porque el dilema no es técnico: es profundamente filosófico.
¿Seguirá existiendo "lo humano" cuando se vuelva opcional?
Convoco a la reflexión, a la crítica, al diálogo. Tal vez no poseamos aún las respuestas. Pero si no comenzamos a formular las preguntas correctas, otros las responderán por nosotros.
