El valor del clic: el alpiste digital del Leviatán de la posmodernidad
Hoy, ese Leviatán no exige obediencia explícita: exige clics.
Somos austeros con el dinero físico —lo contamos, lo medimos, lo administramos—, o con el esfuerzo personal, incluso con los afectos, pero derramamos clics con la despreocupación de quien esparce alpiste en un parque. Ahí reside la paradoja más profunda de nuestra época digital: aquello que nos parece ínfimo es, precisamente, lo que sostiene a las mayores estructuras de poder del siglo XXI.
1. El clic: la unidad mínima del mercado atencional
Herbert Simon, en uno de los diagnósticos más certeros del siglo XX, escribió que “la abundancia de información genera pobreza de atención” (Simon, 1971). Esta intuición se ha convertido en el axioma central de la economía contemporánea: el recurso escaso no es el contenido, sino nuestra atención.
El clic es la moneda básica de esa economía. Una señal diminuta, casi imperceptible, pero decisiva. En apariencia no cedemos nada; en realidad, cedemos mucho. Shoshana Zuboff lo formuló con claridad en The Age of Surveillance Capitalism (2019): cada clic genera “excedentes conductuales”, fragmentos de información que permiten anticipar, orientar y finalmente moldear nuestro comportamiento.
El clic no es una interacción inocente: es un acto productivo que alimenta una maquinaria sin rostro.
2. Alpiste digital: cómo extrae poder el Leviatán algorítmico
La metáfora del alpiste revela la lógica profunda del sistema: lo que entregamos nos parece insignificante, pero lo que recibe el Leviatán digital es combustible puro.
Cada clic:
- afina un perfil psicológico,
- entrena un algoritmo,
- refuerza un modelo publicitario,
- optimiza un sistema de influencia,
- y, sobre todo, orienta la arquitectura del mundo digital hacia lo que más clics genera.
Zeynep Tufekci mostró en Twitter and Tear Gas (2017) cómo esta lógica no solo afecta al consumo, sino a la protesta, la opinión pública y la movilización política. Byung-Chul Han, en Psicopolítica (2014), va más lejos: vivimos bajo un régimen donde la explotación se interioriza. No nos fuerzan a producir datos; los regalamos voluntariamente. El poder ya no se impone: se alimenta.
3. Las consecuencias invisibles de un gesto mínimo
El clic es un acto diminuto cuyas consecuencias se multiplican.
- a) Degradación del espacio público. Nicholas Carr, en The Shallows (2010), describe cómo el diseño de las plataformas premia lo superficial, lo emocional, lo rápido. El discurso profundo pierde terreno frente a la lógica del impacto inmediato.
- b) Polarización y radicalización. Cass Sunstein, en #Republic (2017), mostró cómo las redes recombinen los clics para crear burbujas cognitivas, donde cada usuario recibe solo aquello que maximiza su permanencia en pantalla, incluso si ello significa intensificar sesgos o deformar la percepción del mundo.
- c) Adicción y bucles de recompensa. Natasha Dow Schüll, en Addiction by Design (2012), demuestra que estas plataformas funcionan como máquinas recreativas diseñadas para maximizar la compulsión. El clic se convierte en un mecanismo de dopamina fraccionada, un empujón constante hacia la siguiente interacción.
- d) Reducción del individuo a recurso. Jaron Lanier, en Ten Arguments for Deleting Your Social Media Accounts Right Now (2018), afirma que ya no somos usuarios sino materia prima de un sistema cuyo objetivo no es servirnos, sino influirnos.
El Leviatán posmoderno no necesita imponerse: basta con que sigamos clicando.
4. Un Leviatán sin soberano
A diferencia del monstruo hobbesiano, este Leviatán no tiene un alma política. No responde a un soberano, ni a una voluntad unificada. Es una entidad distribuida —código, datos, servidores, incentivos comerciales— que crece gracias a la retroalimentación continua de nuestras propias acciones.
Su poder no es ideológico: es estadístico.
Su brújula no es moral: es la optimización.
Su fuerza proviene de aquello que parece insignificante: nuestro alpiste digital.
5. Hacia una ética del clic
Si queremos mantener un mínimo de soberanía personal, debemos recuperar la capacidad de orientar nuestra atención. Matthew Crawford lo recuerda en The World Beyond Your Head (2015): la libertad humana comienza allí donde somos capaces de decidir qué merece nuestra atención.
Tres principios pueden guiarnos:
- Intencionalidad: no clicar por impulso, sino por criterio.
- Responsabilidad: recordar que cada clic es un voto que decide qué visiones del mundo prosperan.
- Exigencia democrática: reclamar transparencia en los sistemas que convierten nuestros gestos en materia prima de poder.
No se trata de demonizar la vida digital, sino de habitarla con lucidez.
6. Epílogo: el precio de nuestro propio grano
Nunca en la historia humana un gesto tan minúsculo tuvo un impacto tan grande. El clic es el alimento energético de un Leviatán que vive de nuestra previsibilidad, de nuestras pulsiones, de nuestros hábitos más íntimos.
El drama no es que regalemos nuestros datos: es que regalemos nuestra capacidad de decidir.
Y por eso, en un mundo gobernado por algoritmos hambrientos, conviene recordar una advertencia sencilla, casi doméstica, pero decisiva:
Antes de hacer clic, piénsatelo dos veces.
—por Regreso a Ítaca
